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Rothfugio

Historias de avión

No es, en realidad, que me haya convertido en un viajero habitual, pero después de mis últimas experiencias me he dado cuenta de que viajar en avión es casi como viajar en el tiempo. Todo depende, claro, de en qué dirección te muevas. Pero esencialmente el resultado es el mismo: la sensación de haberse trasladado a un lugar y en un momento a los que no correspondes.

Escribo estas palabras mientras me encuentro rodeado de historias dispares. Viajo con destino a Madrid desde el otro lado del Atlántico y me doy cuenta de la cantidad de pensamientos que se acumulan en un tubo presurizado que en este momento, by the way, sobrevuela la costa este canadiense. Cuatrocientos pasajeros y en realidad a nadie le importa otro. Habrá familias que se reúnen, parejas que se separan, entrevistas de trabajo y quéseyo cuántos motivos. Pero aquí, ahora mismo, escuchando a Nacho Vegas recitar "El Angel Simón", pienso en lo que siento y me da por sentir lo que pienso. Será la voz del asturiano, que me hace reflexionar. De hecho creo que así es; es de esos artistas que consiguen mantenerme en vilo cuando lo escucho sin importar el número de veces que haya oído la canción o que pueda tararearla o no de memoria. El caso es que me hace pensar.

Y pienso que muy probablemente nadie está pensando lo mismo que yo en este instante. Porque, seamos sinceros, ¿a quién le va a preocupar lo que tenga en mente el tipo de al lado o de dos filas más adelante? Estoy rodeado de inevitables arquetipos: a mi derecha un corpulento cuarentón aficionado a la cerveza (va por la segunda recién acabada la cena) que juega al póquer con su teléfono móvil y parece que no es la primera vez, a juzgar por la rapidez de las decisiones que toma en la mesa de juego; más allá en la misma fila un solitario probablemente soltero que se piensa intelectual por jugar al ajedrez durante unos minutos en su dispositivo portátil. Si giro la cabeza me encuentro un adolescente con aspecto de haber sufrido acoso en el instituto por parte de sus cavernícolas compañeros y con un joven soldado norteamericano que se sumerge con avidez en la lectura de una revista de armas de todo tipo. Grandes calibres a precios reducidos. Seguro que piensa que el sueño americano les ha sido concedido tan sólo a unos pocos. Unas filas más adelante unos inexpertos padres se empeñan en consolar el llanto de su niño, al que probablemente estar tres horas sentado en el mismo asiento ya no le parece divertido; y una atractiva y delgada treintaytantañera se atusa el peinado infructuosamente en su butaca tratando de captar la atención de algún caballero, pensando que aún quedan muchas horas de vuelo y que menos mal que tiene estas oportunidades para conocer a solteros guapos y sin compromiso, claro que no debería preocuparle tanto dado que ella es guapa, emocionalmente madura y está sexualmente disponible.

No creo que yo encaje demasiado en ningún arquetipo fácil de describir, pero supongo que en algún momento alguien de los que me rodean en la parte trasera del avión contará en casa que tuvo un vuelo horrible, donde además se encontró a un tipo de treinta y tantos y pelo largo que no se quitó las gafas de sol ni cuando bajaron las cortinillas de las ventanas para que los pasajeros pudieran dormir. Qué le vamos a hacer, siempre me han echado más años de los que tengo.

Y creo que también es culpa de Nacho que, ahora que acabamos de tomar la cena fría e insípida y con lechuga que no ha sido lavada (es lo que tiene viajar en la cola, que te sirven el ultimo... bueno, lo de la lechuga es porque hoy me ha tocado un mal vuelo y el servicio es deficiente, no porque laven la lechuga sólo para los pasajeros de primera clase, aunque no me extrañaría) me apetezca a rabiar enrollar y encender yo mismo un pitillo humeante, darle un par de profundas caladas y aspirar el humo, y sentir cómo mi síndrome de abstinencia se sacia a medida que docenas de sustancias no reveladas (y, con total seguridad, tóxicas) llenan mi boca y bajan por mi garganta. Seguramente después de la tercera o cuarta calada ya no me apetecería fumar más, pero continuaría en cualquier caso. Y lo que me jode de Nacho es que durante las cerca de tres horas que pasé en el aeropuerto esperando antes de despegar ni siquiera me acordé del tabaco. Maldito seas, retratador de comitragedias musicales con voz inusual. El hombre corpulento (que ya apura la tercera) acaba de contarme que se preocupa mucho del ejemplo que le da a sus hijos, y el joven combatiente del otro lado se retuerce en estertores y convulsiones escondido bajo un antifaz barato en mitad de una fase REM.

En el mismo centro del medio de la fila cuarenta y nueve me debato entre una divertida incomprensión y una casi angustiosa soledad, teniendo en cuenta que ignoramos y a algunos nos gusta ser ignorados. Pero aun así no podemos rechazar el lujo de ser lo mejor y más avanzado y moderno en cuanto se nos presenta la oportunidad. Busco entre las cabezas y encuentro pantallas de todo tipo y tamaño; teléfonos móviles, ordenadores portátiles y variedad de tabletas en las que ahora la gente golpea un cristal y arrastra los dedos mientras les chorrea la saliva por la comisura de los labios. Con suerte, por ambas. Y es que nos hemos idiotizado, clamamos al cielo las maravillas de los adelantos al mismo tiempo que nos comportamos como si fuéramos cada vez más retrasados (sí, sí, mentales, claro).

Y yo, rodeado de cuerpos casi inanimados (el corpulento padre de familia ha claudicado tras la tercera cerveza liliputiense y el futuro héroe de guerra continúa sufriendo las consecuencias del ataque de Morfeo), y que oigo ahora a Nacho trazar "nuevos planes e idénticas estrategias", me pregunto cuál debería ser mi plan de aquí en adelante. No tengo muy claro si echar una cabezada el resto del viaje o irme a vivir al extranjero. Así al menos podría seguir teniendo motivos para pensar que, cuanto más queremos algo, más se nos escapa de las manos. Igual que cuando vuelas hacia el oeste; no importa cuántas horas ganes en tu día, el sol se pondrá antes de que te percates de ello. Y lo peor de todo es que, de nuevo sin haber viajado en el tiempo, te darás cuenta de que has perdido un día entero metido en un tubo rodeado de desconocidos que se ignoran. Aunque, claro, al final dará todo un poco lo mismo porque, citando a mi amigo, "dentro de este horror no hay literatura".

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